“Bajo cero, sobre la tierra: la revolución verde argentina que florece en la Antártida”.audio

En la Base Marambio, a miles de kilómetros del Obelisco y rodeados de un paisaje blanco e implacable, los sábados huelen a pizza con rúcula fresca. Lo que parece un detalle doméstico es, en realidad, una proeza científica y tecnológica desarrollada por el INTA y otras instituciones argentinas. Una historia de soberanía alimentaria, humanidad y resiliencia, contada por su protagonista.
Crónica desde el fin del mundo: cómo la ciencia argentina logró que crezcan verduras frescas en la Antártida
La escena es casi cinematográfica: en la Base Marambio, donde el termómetro se desploma bajo cero y el viento silba entre glaciares, un grupo de personas se sienta a la mesa. Sobre ella, una pizza con rúcula recién cosechada. El verde brillante de las hojas contrasta con el blanco omnipresente del entorno. Y aunque parezca apenas un detalle, es el resultado de una revolución silenciosa que mezcla ciencia, tecnología y una buena dosis de terquedad criolla.
A 13.000 kilómetros del Obelisco, donde no hay tierra fértil ni agua líquida sin derretir, crecen hortalizas frescas gracias a un desarrollo 100% argentino: el Módulo Antártico de Producción Hidropónica (Maphi), diseñado por científicos del INTA Santa Cruz, probado en Río Gallegos y desplegado en bases estratégicas como Marambio, Esperanza y Belgrano 2.
Detrás de esta hazaña hay una pregunta que lo inició todo:
¿Cómo darles verdura fresca a quienes viven en la Antártida?
La recibió Jorge Birgi, ingeniero agrónomo del INTA y docente de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA), y en lugar de dejarla en el aire, decidió construir la respuesta.
“La pizza con rúcula del sábado le da sentido a todo”, confiesa Birgi en diálogo con este medio, con una mezcla de orgullo y emoción que traspasa la línea telefónica.
Ciencia que nutre y reconforta
El Maphi combina conceptos de vertical farming, automatización inteligente, y un protocolo minucioso de germinación, nutrición y cosecha. No requiere suelo, y se alimenta con agua derretida a partir de bloques de hielo. La energía proviene de lámparas de sodio, que proporcionan el calor y la luz necesarios para que la vida brote donde parece imposible.
Pero el verdadero corazón del sistema es humano: implica logística precisa, entrenamiento remoto, y una red de acompañamiento permanente entre técnicos y quienes operan el módulo en condiciones extremas.
En Belgrano 2, la base más austral del planeta, y donde solo llega el rompehielos ARA Almirante Irízar una vez por año para llevar alimentos y efectuar el reemplazo de personal, las verduras crecen bajo techo mientras afuera la temperatura cae a -40°C. Allí, lo que florece no es solo un cultivo: es una forma de resistencia.
Una idea que germina más allá del hielo
Aunque nació para alimentar a quienes viven en el continente blanco, el Maphi ya despierta interés en otras regiones de Argentina donde el acceso a tierra fértil o agua es escaso. Zonas áridas, semiáridas, comunidades aisladas: allí donde la agricultura tradicional no puede prosperar, este modelo ofrece una alternativa viable y sustentable.
No es solo una innovación productiva. Es, sobre todo, una herramienta estratégica para la soberanía alimentaria en tiempos de cambio climático.
“En algunos lugares, como la Antártida, la hidroponía no es una opción: es la única forma posible de producir”, remarca el ingeniero.
Y el impacto, aunque silencioso, es profundo. Porque más allá del rendimiento por metro cuadrado, de los datos y los protocolos, hay un valor que no se mide en kilogramos sino en emociones: ese momento en el que alguien, lejos de casa, prueba una hoja de rúcula, de lechuga o un rabanito recuerda que el sabor también puede ser consuelo.
El sabor de la pertenencia
Mientras el módulo sigue funcionando, los experimentos se expanden y la tecnología se mejora, hay algo que no cambia: la escena del sábado a la noche. La mesa compartida, la pizza caliente, el verde en el plato. Y la certeza de que, incluso en el rincón más inhóspito del planeta, la ciencia argentina puede hacer florecer lo imposible.