Aranceles y fruta fresca: cuando la política internacional golpea al corazón del campo.
La imposición de nuevos aranceles por parte de Estados Unidos reconfigura el tablero del comercio agrícola mundial. En América Latina, los productores de frutas frescas conviven con la incertidumbre de una logística volátil y costos crecientes, mientras buscan sostener la calidad que los mercados demandan.
El impacto en la chacra y en los empaques
En los valles frutícolas de Argentina y Chile, la noticia de cada arancel se recibe con preocupación. Para los pequeños y medianos productores de manzanas, peras o cerezas, la pregunta ya no es solamente si habrá cosecha suficiente, sino si esa producción encontrará un destino viable.
“Un contenedor que llega tarde o encarece su flete puede arruinar el trabajo de toda la temporada”, señalan referentes de la industria frutícola. Y es que en la fruta fresca, el tiempo es la variable más sensible: cada día perdido significa pérdida de firmeza, menor valor comercial y riesgos sanitarios que reducen la competitividad frente a otros orígenes.
Una logística en turbulencia constante
El transporte marítimo, responsable de movilizar más del 80 % del comercio global, atraviesa uno de sus períodos más inestables en décadas. Tarifas que suben a niveles récord y caen en cuestión de semanas; huelgas portuarias en Estados Unidos que paralizan terminales clave; congestión en el Canal de Panamá y riesgos crecientes en el de Suez.
A esto se suman las decisiones políticas. El “Día de la Liberación”, como denominó Donald Trump a la presentación de su tabla arancelaria el 2 de abril, implicó la aplicación de gravámenes sobre productos de Brasil, India, China y, en menor medida, sobre exportaciones provenientes de Canadá, México, la Unión Europea y varios países asiáticos. En la práctica, estos cambios generaron un efecto dominó en las rutas comerciales.
Según analistas navieros, la falta de uniformidad en las medidas con excepciones temporales y plazos distintos para cada país terminó sumando más incertidumbre a un mercado que ya navegaba en aguas agitadas.
Chile, un caso testigo
El vecino país, con una larga tradición exportadora, enfrenta un arancel del 10 % en el ingreso de frutas a Estados Unidos. Aunque su geografía sobre el Pacífico le da ventaja para consolidar envíos hacia sus dos principales socios China y Norteamérica, la congestión portuaria y los retrasos en los canales de tránsito encarecen y ralentizan cada embarque.
Aun así, el país trasandino logró diversificar destinos y mantener el foco en un objetivo inalterable: que la fruta llegue en buen estado. En palabras de empresarios del sector, la calidad es hoy el único pasaporte válido para conservar espacio en las góndolas internacionales.
Almacenes llenos, pero por poco tiempo
En Estados Unidos, los depósitos mayoristas se encuentran abastecidos gracias a la carrera previa de los exportadores por embarcar antes de la entrada en vigor de los aranceles. Esto, por ahora, contuvo los impactos directos en las góndolas. Sin embargo, economistas señalan que el verdadero efecto comenzará a sentirse en los próximos meses, cuando el consumo interno demande reposición y los nuevos costos se trasladen a precios.
En julio, la inflación estadounidense ya mostraba un incremento del 2,9 % interanual, con una suba de 0,2 % mensual. Aunque el número no parece dramático en sí mismo, lo que preocupa es la velocidad con la que se dio: la más rápida en cinco meses.
El productor como eslabón más vulnerable
En este escenario, los productores agrícolas del hemisferio sur cargan con el mayor peso de la incertidumbre. Cada decisión que se toma en Washington repercute en los chacareros que planifican su próxima temporada. La volatilidad del flete marítimo no se mide en gráficos: se traduce en que un cargamento de peras de Río Negro o de cerezas de O’Higgins llegue a destino a un costo mayor o en un plazo más extenso de lo esperado.
Para muchos, la única estrategia posible es anticipar embarques, diversificar mercados y reforzar la trazabilidad. El margen de error es mínimo: un retraso puede convertir un año de trabajo en pérdidas irreparables.
¿Un equilibrio posible?
El crecimiento sostenido de la industria naviera que promedia un 7 % anual corre el riesgo de frenarse si los aranceles se consolidan como política estructural. El fantasma de la sobrecapacidad, con más barcos que carga, ya es tema de debate en los principales foros internacionales.
Las contingencias geopolíticas congestión en Panamá, tensiones en Suez y desequilibrios en las rutas hacia el hemisferio norte han compensado hasta ahora esa amenaza. Pero el margen es frágil. Y la política comercial de Estados Unidos aparece como un posible detonante que incline la balanza.
Lo que está en juego
En definitiva, los aranceles funcionan como un freno silencioso al comercio. Menos intercambio significa menos contenedores en movimiento y, en última instancia, menos oportunidades para que la producción frutícola del sur del continente llegue a los consumidores globales.
Para los gobiernos, se trata de debates macroeconómicos. Para los productores, la cuestión es más simple y más cruda: que la fruta cosechada con meses de trabajo no se pierda en el camino.