“Las chacras no desaparecen solas”: fracking, fruticultura y el dilema del Alto Valle.

Por Redacción:
Un reciente estudio sobre el impacto del fracking en Allen encendió el debate sobre el futuro del Alto Valle. Pero la transformación rural va más allá del petróleo: cambios en la producción, abandono de chacras, diversificación forzada y una región que redefine su identidad productiva. Una mirada integral que interpela decisiones pasadas y exige políticas para un arraigo posible.
En la memoria colectiva del Alto Valle todavía late el sonido de las cosechas. En las mañanas frescas de otoño, cuando el rocío mojaba las peras y el ronroneo de los tractores cortaba el silencio entre hileras prolijas de manzanos, el valle se sabía productivo, vivo, orgulloso.
Hoy, en muchos puntos del mapa, ese paisaje mutó.
Un reciente estudio del sociólogo Juan Ignacio Azpitarte, centrado en Allen, instaló un debate necesario: ¿está desapareciendo la fruticultura desplazada por el avance del fracking? La respuesta, como el valle mismo, es compleja y diversa.
Allen, el epicentro de un síntoma
Azpitarte investigó el impacto de la industria hidrocarburífera en Allen, donde el crecimiento de los pozos no convencionales parece haber corrido el cerco de las chacras tradicionales. El trabajo es valioso y genera una alerta. Pero también tiene un límite: se focaliza en una sola localidad dentro de un corredor frutícola de más de 100 kilómetros.
Y ahí es donde se enciende la pregunta clave: ¿qué pasa con el resto del Alto Valle?
Frutales en retirada, pero no solo por el petróleo
Los datos duros muestran una transformación profunda. Según registros oficiales de SENASA, entre 2013 y 2022 se perdieron más de 11.000 hectáreas de frutales en el Alto Valle. La tendencia es clara, pero las causas son múltiples.
“El fracking no explica todo”, advierte un productor de Cipolletti que aún sostiene una pequeña chacra familiar. “Hace 20 años que no podemos vivir bien de la fruta. Entre los precios bajos, la falta de políticas y el clima cambiante, mucha gente vendió porque no le quedaba otra.”
La pérdida de superficie productiva también responde a la urbanización sin planificación, la falta de incentivos a la producción, y a un contexto económico que empuja al abandono o al cambio de rumbo. En Villa Regina, por ejemplo, avanzan proyectos de lúpulo,frutos secos y producción de maíz. En Chañar, Neuquén, irrumpen el vino y el lúpulo. En Allen, incluso, florecen experiencias de cultivo intensivo de alfalfa.
Una transformación silenciosa
La geografía rural del valle se está reescribiendo. Y no en un solo punto. Desde Valle Azul hasta Centenario, el paisaje se modifica. Cambian los cultivos, los actores, las tecnologías. Aparecen nuevos desafíos, pero también oportunidades.
La pregunta no es solo qué se pierde. Es qué tipo de valle queremos construir.
“Las chacras no desaparecen solas”, dice una mujer productora de Fernández Oro, que en los últimos años migró hacia la producción de aromáticas y conserva algunas peras como símbolo de identidad. “Hay decisiones que se toman lejos de la tierra, pero que nos afectan acá, todos los días.”
¿Pueden convivir la fruticultura y el fracking?
Azpitarte plantea un conflicto abierto entre producción agrícola y explotación hidrocarburífera. Es un punto importante. Pero en otros lugares del mundo, estas actividades han logrado convivir con marcos regulatorios estrictos, zonas protegidas y planificación territorial.
Lo que falta, quizás, es una mirada regional, integradora, que reconozca la diversidad del Alto Valle y evite caer en simplificaciones.
El arraigo también se cultiva
El debate no es solo productivo. Es humano, cultural, emocional.
Detrás de cada hectárea que cambia de manos o de uso, hay una historia. Una familia. Una herencia que se tambalea o se transforma. Como dice un chacarero de Roca, “esto no es solo trabajo, es identidad”.
Por eso, pensar en el futuro del valle no es una tarea para expertos encerrados en oficinas. Es un compromiso colectivo que requiere políticas públicas inteligentes, incentivos sostenidos, innovación productiva y, sobre todo, escuchar a quienes viven en el territorio.
Mirar el bosque, no solo el árbol
El estudio sobre Allen es un aporte que merece ser valorado. Pero no alcanza para explicar un fenómeno tan vasto como la transformación del Alto Valle. Se necesita ampliar la mirada, sumar voces, cruzar datos y volver a caminar las chacras desde Valle Azul hasta Chañar.
Porque si el valle cambia, que cambie con conciencia. Que no sea solo desplazamiento ni pérdida. Que sea evolución con raíces.
Y que esas raíces sigan vivas en cada rincón donde haya una planta de manzana, una hilera de nogales, o una familia que cree que el arraigo todavía es posible.